02 marzo, 2008

Aquí les entrego, hermanos, un poema-oración que rescate para ustedes del Padre Esteban, tata esteban le decían en la población San Gregorio, venerable sacerdote que conocimos con jaque cuando eramos un poquito mas jóvenes.


ALGO LE HA PASADO A MI MUERTE CON LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
Esteban Gumucio ss.cc.

Algo le ha pasado a mi muerte futura con la Resurrección de Jesucristo.
Antes que venga, yo puedo adelantarme
y ganarle “el quien vive” a la muerte.

Puedo decirle: “no me puedes robar la vida
simplemente porque yo puedo regalarla antes de tu visita”...
Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma.

Cuando venga la muerte, se quedará con un cadáver; no conmigo.
Mi cuerpo ya es del Señor. Mis miembros vivos son del Resucitado
desde mi bautismo.

Soy uno solo: cuerpo y espíritu, uno solo en la vida verdadera.
La muerte no puede arrebatarme: estoy en las manos de la Vida,
para siempre, en la misma fuente de la Vida.

Ése que llevan al cementerio ya no soy yo:
que se quede la muerte diluyendo bajo tierra lo que es tierra.
No puede tocar a mi persona.

No puede mi amor ser consumido por los gusanos.
Aprendí de Cristo a darlo todo
y todo lo entregado quedará para siempre,
ciento por ciento en el Dios vivo.
“Oh muerte ¿dónde está tu victoria?”
Estoy aprendiendo a mirarte de frente,
a reconocerte vencida en la Cruz.

Afirmado en mi Señor Resucitado te miro,
como mira un niño la jaula de los leones
desde los fuertes brazos de su padre.

Todo entero incorporado al primer nacido de entre los muertos,
comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y Amigo:
En su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo:
mi mundo, mis ojos, mis palabras, pensamientos;
mis luces, mis oscuridades, mis gozos y mis lágrimas;
mis acciones, sentimientos, mis anchuras, mis límites,
mi carne, mi espíritu y hasta las oscuras profundidades de mi ser.
¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo?…
Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor.

Quedan de este lado los tiempos, las duraciones, los caminos.
Al atravesarte se rompen los límites y empieza
la inagotable novedad.

Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres,
voy transfigurado, nuevo y yo mismo,
gratuitamente vencedor y vencido.

Cristo me arrebató, me tomó para sí: ya no soy tuyo, muerte.
Así, humildemente vencida, te has hecho hermana:
“hermana Muerte”, pequeña, gris, servidora de nuestra Pascua.